miércoles, 1 de enero de 2014

Vence tus temores

La mina del temor.

La mina del temor es una amenaza y arma poderosa. Cómo toda arma de Satanás, tiene como objeto arrancarnos las bendiciones de Dios para nuestras vidas. Incluso, no como las otras minas, porque nos lleva a un nivel mucho más profundo. Puede paralizarnos hasta el punto de hacernos perder la perspectiva divina de las circunstancias que nos rodean. Nubla nuestra visión del futuro y nos deja enfrentados con las dudas. Cuando nuestra vida está envuelta en el temor, no podemos imaginar la bondad que Dios tiene para con nosotros.

Hay momentos en nuestras vidas en que la batalla con el temor parece intensificarse hasta el punto en que nos sentimos tentados a darnos por vencidos. Lo que puede haber comenzado con una amenaza sutil se incrementa con rapidez hasta convertirse en una guerra.

Tenemos tomar una opción: podemos sucumbir ante el temor o usarlo para fortalecernos en nuestro andar con Cristo. ¿Cómo se hace esto último? Siempre que ponga su fe en Cristo y resuelva no ser víctima de la mina del temor ni de ninguna otra, verá que Dios le dará la fortaleza para confrontar la batalla. Isaías escribió:

“El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.” 
(Isaías 40:29-31)

 ¿Cuál es su mayor temor? Piensen en su propia respuesta. Una persona temerosa se pregunta qué dificultad o situación de prueba le está aguardando en el siguiente recodo del camino; le preocupa que algo salga mal y que esté más allá de sus capacidades para manejarlo.

Nunca debemos olvidar que el primer paso para ganar al temor es precisamente ganando algo más antes: el conocimiento de Dios y Su verdad (Romanos 10:17) Si nuestra mente está saturada de la Palabra de Dios podremos discernir la realidad de la ficción o la realidad de la amenaza real de un peligro aparente. Debemos aplicar los principios de la palabra de Dios, de modo que cuando llegue la amenaza no nos sintamos tan indefensos.

En el libro de Nehemías, encontramos que las murallas de Jerusalén habían sido derribadas. La mayoría del pueblo había sido llevado en cautiverio o habían huido de la amenaza. Y a la vista de cualquier persona, no habría esperanza alguna de reconstruir las murallas. Pero Dios, motivó el corazón de Nehemías a hacer la obra.

Mientras Nehemías ponía manos a la obra en la reconstrucción de los muros, sus enemigos se pusieron también en movimiento. Profirieron una amenaza temible tras otra. Sin embargo, Nehemías se negó a detener las obras (Nehemías 4) Dios le había dado una misión, y él no se iba a detener ante el miedo o temor. El enemigo de su alma es implacable. Arremeterá contra usted con palabras de dudas, y le dirá a usted que es incapaz.

Cuando los enemigos profirieron contra él, la fe de Nehemías se mantuvo firme:

“Entonces oramos  nuestro Dios, y por causa de ellos pusimos guarda contra ellos de día y de noche…Y nuestros enemigos dijeron: No sepan, ni vean, hasta que entremos en medio de ellos y los matemos, y hagamos cesar la obra. Pero sucedió que cuando venían los judíos que habitaban entre ellos, nos decían hasta diez veces: De todos los lugares de donde volviereis, ellos caerán sobre vosotros. Entonces por las partes bajas del lugar, detrás del muro, en los sitios abiertos, puse al pueblo por familias, con sus espadas, con sus lanzas y con sus arcos. Después miré, y me levanté y dije a los nobles y a los oficiales, y al resto del pueblo: No temáis delante de ellos; acordaos del Señor, grande y temible, y pelead por vuestros hermanos, por vuestros hijos, por vuestras hijas, por vuestras mujeres y por vuestras casas. Y cuando oyeron nuestros enemigos que lo habíamos entendido, y que Dios había desbaratado el consejo de ellos, nos volvimos todos al muro, cada uno a su tarea.” (Nehemías 4:9,11-15)

Veamos lo que Nehemías no hizo: No se llenó de pánico; No se volvió temeroso ni cínico; No empacó ni se fue a casa.

Nehemías ignoró las amenazas del enemigo, porque había recibido un mandato de Dios para reconstruir los muros de la ciudad. Usted puede pensar “Pero él sabía lo que Dios quería que hiciera” pero usted también lo puede saber, porque la voluntad y propósito de Dios para su vida no están ocultos. Usted debe buscarla a través de la Palabra y a través de la oración, y Él se la dará.

¿Cómo quiere Dios que reaccionemos ante estos sentimientos de temor?

1.      Quiere que sepamos que Él está al tanto de la situación.
Aunque muchas veces parece que Él está dormido o distante de usted, Su cuidado eterno, soberano, infinito y amoroso por nosotros no está limitado en manera alguna por las circunstancias. Él tiene el control del viento, la lluvia e incluso el temor mismo. Él tiene el control en todo.

2.      Quiere que nos acerquemos por fe a Él, no con temor.
Él no está sorprendido por el temor nuestro, y siempre Él nos deja claro que es Dios. Puede que la tormenta ruja alrededor suyo. Puede haber perdido su trabajo, o acaba de recibir noticias de que tiene una enfermedad grave. Su corazón acelera de solo pensarlo y no sabe qué haría usted en tal situación. Pero Dios sí, y aunque parezca acallado o “dormido” no lo está (Salmo 121:3) David escribió “Aunque ande en valle de sombra de muerte…” (Salmo 23:4) Dios le dijo a Josué: “Esfuérzate y sé valiente…” (Josué 1:6)
i.                    Cuando usted ignora la soberanía y el tremendo cuidado providencial de Dios, termina por enfrentarse al miedo. Dios está ahí y nunca cambia (Hebreos 13:8)
ii.                  El temor no le asienta a usted, porque sabemos a los que amamos a Dios, todas las cosas nos beneficiarán (Romanos 8:28; Isaías 58:11)
iii.                La ignorancia de las promesas de la Palabra de Dios nos conducirá al temor, pero él nos sustenta y cuida (Salmo 18:35-36, Hebreos 7:25)

¿Por qué NO debemos temer? Isaías nos menciona el por qué (Isaías 41:10-13) Dejemos nuestros miedos a Él, nos sustentará y cuidará con amor eterno (Jeremías 31:3).


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