Si fueras al cielo
después de morir...
La
mayoría de los hombres piensan ir al cielo al morir; pero pocos se detienen a
considerar si en verdad gozarían yendo allí. El cielo es, esencialmente, un
lugar santo; sus habitantes son santos y sus ocupaciones son santas.
Es claro y evidente que para ser felices en el cielo debemos pasar por un
proceso educativo aquí en la tierra que nos prepare y capacite para entrar. La
noción de un purgatorio después de la muerte, que convertirá a los pecadores en
santos, es algo que no encontramos en la
Biblia; es una invención del hombre. Para ser santos en la gloria, debemos ser
santos en la tierra.
Esta
creencia tan común, según la cual lo que una persona necesita en la hora de la
muerte es solamente la absolución y el perdón de los pecados, es en realidad
una creencia vana e ilusoria. Tenemos tanta necesidad de la obra del
Espíritu Santo como de la de Cristo; necesitamos tanto de la justificación como
de la santificación. Es muy frecuente oír decir a personas que yacen en
el lecho de muerte: “Yo sólo deseo que el Señor me perdone mis pecados, y me dé
descanso eterno”. Pero los que dicen esto se olvidan de que para poder gozar
del descanso celestial se precisa un corazón preparado para gozarlo. ¿Qué haría
una persona no santificada en el cielo, suponiendo que pudiera entrar? Fuera de
su ambiente, una persona no puede ser realmente feliz. Cuando el águila sea
feliz en la jaula, el cordero en el agua, la lechuza ante el brillante sol de
mediodía y el pez sobre la tierra seca, entonces, y sólo entonces, podríamos suponer que la persona no santificada será feliz en el cielo.- (J. C. Ryle)
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